estudiar porque la guerra civil les truncó su oportunidad de alguna forma. Nuestros mayores ansiaban que sus hijos estudiáramos y alcanzáramos lo que ellos no pudieron conseguir. Para muchos era la verdadera ilusión de su vida y se afanaban en la tarea. De ahí que si uno andaba raspadillo con las notas nos prohibieran leer tebeos. Fue el caso de Elenita León, una niña lista que, en lugar de estudiar, prefería jugar al balón tiro. En consecuencia, Maruja, su madre, le prohibió leer cosas que no fueran libros de provecho. Evidentemente, tal veto no fue ningún inconveniente para la niña. Simplemente leía a escondidas en el retrete, ¡tampoco fue muy original la chiquilla! Elenita tuvo la suerte de que, a un tío suyo, amante de Superman y del Capitán Trueno, que tenía unas colecciones perfectamente encuadernadas, lo mandaran destinado muy lejos –tal vez a Sidi Ifni o a Guinea–. El hombre dejó la casa vacía y a cargo de su madre, doña Maruja. Así que Elenita cogía sigilosamente la llave para sisar tomo tras tomo de las colecciones y los llevaba a su casa para esconderlos detrás de la lavadora. Cuando esa niña entraba en el cuarto de baño, con la excusa de hacer sus cosas mayores y menores, se ponía a leer los tebeos y tardaba horas en salir, la pobre doña Maruja, mientras aporreaba la puerta, llegó a pensar que la pequeña Elenita tenía colon irritable.
Las prohibiciones también alcanzaron a las Fotonovelas de Corín Tellado, un género que surgió mediada la década y que a nuestras madres no terminaba de gustarles porque describían relaciones amorosas fuera del matrimonio, muy turbulentas y complicadas, cuando no ilícitas. Tanto beso y tanta pasión retratada no podían ser decentes. Isamari las escondía debajo del sofá de su casa, y Elenita las leía a hurtadillas mientras la esperaba para salir a caminar. Como pensaban que debían perder algunos kilos, todas las tardes, después de comer, en lugar de echar una siesta caminaban hasta Calamocarro a buen paso. Y cuenta la malvada Elenita que cuando regresaban, a la hora de merendar, Isamari se preparaba unos enormes bocadillos de chorizo. Total, lo comido por lo servido.
Peor fue lo acontecido a Pepito Carracao en relación con sus notas y su valiosa colección de tebeos. Recuerda el entonces conocido como Pepe Anita que un día que llovía a mares –que entonces, cuando llegaba el otoño llovía con regularidad–, un grupo de niños se refugió en el portón de Chirri para jugar a los pelotazos. Era uno de los primeros días de las vacaciones de Navidad y un empleado del instituto se asomó al portón para indagar la dirección de algunos niños: quería entregar las notas del primer trimestre.
Este empleado del INEM (Instituto Nacional de Enseñanza Media) aprovechaba la coyuntura para llevar personalmente las notas de todos nosotros a cada casa, y de paso, recibir el aguinaldo navideño que le debía venir muy bien. Puede que ese señor fuera Mateo, uno de los hermanos Sánchez Guillén, exlegionario y conserje del instituto, que solía jugar al dominó con el abuelo Aquilino. Cuando este pájaro de mal agüero, auténtico mensajero del miedo para la mayoría de nosotros, aparecía con las notas, todos los niños le rodeábamos para intentar saber cómo había resultado la cosa. Pero el hombre no soltaba prenda, y le íbamos indicando la casa de cada uno de los niños; el conserje parecía Hamelín, rodeado por la chiquillería que lo dirigía de puerta en puerta con su dramático maletín debajo del brazo.
Ese día lluvioso, Mateo apareció por el portón de Chirri cuando la caterva jugaba a los pelotazos. Todos le rodearon intentando saber sus calificaciones y Pepe Anita comprobó que grapadas a las suyas –él dice que eran excelentes calificaciones– había una nota que decía “…que era muy charlatán y que mi comportamiento dejaba mucho que desear. Me imaginé cómo se pondría mi padre cuando viera esa nota y traté que el señor me la entregara a mí, para obviamente hacer desaparecer el escrito añadido. No hubo forma, quería hacerlo personalmente, sin duda buscando el aguinaldo de Navidad. Yo evidentemente no podía ofrecerle nada a cambio”.
Mateo, ese mensajero del miedo, entregó personalmente las calificaciones de Pepe Anita con la nota grapada. Las consecuencias fueron dramáticas; muchos aseguran que desde entonces le viene lo suyo al pobre niño:
Recuerdo que recibí el peor de los castigos. Mi padre se llevó a su trabajo en Ybarrola el inmenso cajón de tebeos que había ido atesorando. Ese maravilloso cajón contenía prácticamente toda la colección del Capitán Trueno y del Jabato, muchos del Cachorro, de Roberto Alcázar y Pedrín, de Mendoza Colt, de El Guerrero del Antifaz, de El sargento Furia, de Hazañas Bélicas, de Superman y seguramente algunos DDT y tebeos (no creo que hubiese ejemplares del Hombre Enmascarado porque Milan no solía prestarlos) ¿Imagináis lo que hizo?… Sí, los quemó. No hubo perdón. No existía marcha atrás. Los quemó todos. ¿Os podéis imaginar, el dolor y el desgarro tan inmensos? Yo, que había perdido la vista leyendo a la luz de una vela que colocaba en la puerta del excusado –porque no había en él luz eléctrica–, que me pasaba las horas muertas leyendo en el retrete, que hasta se me quedaban las piernas dormidas de estar sentado tanto tiempo. Recuerdo frases que entonces encontraba espléndidas: «Maldito Cacholo tu matal a mi helmano Mano Velde». Aún hoy día, cuando lo recuerdo me echo a llorar… no por la pérdida, sino por el dolor que le produje a ese hombre ¿Cómo pudo mi padre, todo bondad, tener aquel mal momento?
Pero, la verdad, él mismo reconoce que el mal momento fue el suyo, porque esa nota grapada en el libro azul de las calificaciones, la nota que causó la quema de su colección de tebeos se debió a lo que hicieron en clase del cura Eugenio, un sacerdote muy viejecito y sordo que… bien, no viene a cuento relatar aquí esta fechoría, entre otras cosas por respeto a Longoria, Bazagas Miras, Lagares, Caravaca, los Bejaranos, Cordente y otros. Algo hicieron en clase de don Eugenio que Moreno, el bedel de bata azul y varita india, les cruzó las nalgas muy enfadado y los llevó ante don Francisco Bohórquez, el entonces Jefe de Estudios. La consecuencia fue la nota grapada y la quema de sus tebeos. Dice Pepito Carracao, el antiguo Pepe Anita, que cuando sea mayor, en la residencia, cuando ya nada tenga importancia, lo contará. Habrá que esperar.