Servidor construyó un submarino que navegaba en superficie o se sumergía a voluntad. Ya digo que la serie Viaje al fondo del mar me tuvo cautivado. El primer episodio fue una película que se pasó por los cines normales. En ella el Seaview tenía que viajar sumergido hasta el polo norte y desde allí lanzar un misil nuclear para destruir una maligna aurora boreal que estaba calentando el planeta de mala manera. Por supuesto, pasaron mil aventuras para poder completar su misión. Servidor quedó impresionado con ese submarino. ¡Era mucho mejor que el Nautilus de Nemo! Mi padre me explicó que el submarino se sumergía si llenaba unos tanques con agua; y cuando quería ascender, soplaban aire comprimido en los tanques, expulsaban el agua y salía a superficie. ¡Fantástico! Que fácil parecía… Tardé cierto tiempo, pero logré construir mi submarino.
Utilicé un tramo de caña entre dos nudos. Si está bien seca y sin agrietar, es un cilindro estanco que flota muy bien. Para sumergirlo había que conseguir llenarlo de agua, y para ello le hice hileras de boquetitos a lo largo de los costados y en el fondo. Pero el agua no entraba de ninguna manera. La única forma fue aspirar el aire del interior a través de un fino escubidú, una especie de macarrón de plástico, largo, hueco y flexible que usábamos para trenzar llaveros (se podía hacer de sección cuadrada o redonda, incluso había niños que embutían bolas y figuritas en medio) Insertaba el macarrón en la superficie superior de la caña. De esa manera, cuando aspiraba el aire, todo el cilindro se llenaba de agua… ¡pero seguía sin hundirse! Era una cuestión de densidades, no fallo de diseño. Conseguí que se hundiera –una vez lleno de agua– sujetando un contrapeso adecuado en la panza de mi submarino. Utilicé el depósito de gasolina de un mechero Martillo, que eran muy populares entonces, tenía forma de bala y se podía abrir para meter el peso adecuado para que se hundiera cuando debía.

Ya sólo quedaba hacerlo emerger. Para eso había que soplar a través del macarrón, el aire desplazaba el agua, salían burbujas a través de los orificios –como ocurría en el Seaview– y se formaba una cámara de aire en el interior, suficiente para hacerlo flotar. Y listo. Mi submarino funcionaba muy bien. Recuerdo que me pasaba las horas jugando con él en la bañera de mi abuela, que no la usaba para bañarse, sino como reserva estratégica en aquella Ceuta tan escasa de agua. Y recuerdo el orgullo que dejaba entrever Miguelín, mi padre, cuando le oía contar a sus amigos que su niño había construido un submarino…
