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Queridas madres

Recuerdos de Mariquita (Ángeles Gómez picazo)

Nuestras QUERIDAS MADRES y el recuerdo tan entrañable que guardo de muchas de ellas, me lleva a escribir estas humildes letras con todo mi cariño.

Empiezo por Mariana, por ejemplo. Esta catalana de pro, seguro que no conocía las palabras empatía y solidaridad (no estaban en el diccionario por aquel entonces), ponía a su hija Leonor a mamar de un pecho y a mi hermano Antonio del otro, cuando al mediodía, mi madre llevaba la comida a mi padre al trabajo.

Anita y sus hijas hicieron lo propio con la que escribe estas líneas. Para entretenerme me ponían a bordar los escudos de los militares aunque no sabía ni enhebrar la aguja.

Isabel, madre de los Rivas Lara, sabía que me asustaba el mar y solía cargarme a sus espaldas mientras nadaba hasta «las mellizas», diciéndome todo el tiempo que mirara al fondo, que confiara, que no pasaba nada.

María, madre de Jeromín, encargada de ponerme el termómetro cuantas veces hiciera falta con tal de que mi madre no se preocupara.

Doña Mari, madre de los Hurtados de Mendoza nos gritaba a Belín y a mí que subiéramos corriendo, que se enfriaba la nata de hervir la leche que tanto nos gustaba a los dos.

Angelines madre de los Acosta junto con Araceli, madre de los López Sánchez que nos llevaban de «excursión» al llano, cuando las excavadoras aún no lo habían dejado liso, y el camino para acceder a él era eso, un camino de cabras.

A Primi, madre de los Melgar, la volvíamos sorda tratando de emular a los de Escala en Hifi. Inciso para incluir a Currito al que esperábamos pacientemente que acabara de comer para que nos diera el paseillo en su furgoneta desde su casa al principio de la cuesta de Genaro Lucas.

Mención especial para Catalina, madre de los Lorente que ha tenido el privilegio de vigilar nuestras travesuras de niños y ver cómo nos hacíamos mujercitas desde su patio o el cuartichi. Nos veía entrar y le faltaba tiempo para extender la manta en el suelo y prepararnos la merienda. Aguantó estoica nuestros guateques, o la algarabía que liábamos viendo los partidos de baloncesto, su semblante serio nunca nos asustó, en el fondo, le encantaba nuestra manera de disfrutar.

De Villajovita de abajo recuerdo especialmente a la madre de Trujillo, Antonia, que nos llevaba a pasear a la Loma Larga y nos entretenía con sus chascarrillos.

Son tantas las madres de las que guardo algún recuerdo que sería interminable este escrito, que sepáis, vosotras y vuestros hijos que os llevo en mi corazón.

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