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Las botas del ‘Canilia’

Al lado de Antoñito Porras vivía doña Filomena y su nieto Luis Valero Cuenca (Talega) Recuerdo a doña Filomena muy viejecita, arrugada, encorvadita y frágil pero vivaracha a pesar de todo. Talega era de los mayores. Le recuerdo con un mono azul manchado de grasa y sobrao. Es decir, no estaba ya en la onda de las criaturas como servidor, y no perdía ocasión para fanfarronear junto a Yaye sobre las cosas que hipotéticamente se podían hacer con las moritas de Hadú. Todo era mentira, pero quedaba muy interesante si, además, hablaban con un Goleta entre los dedos.

Doblando la esquina, ya en la calle Lope de Vega, estaba la casa de Andrés Medina, el Canilia (aunque algunos insisten en que era Canilla), y su hermana Loli. Frente a su casa la Muralla era visible, aún no habían construido casas sobre ellas, y quedaban accesibles los restos de uno de los torreones defensivos con forma de montículo. Encima de él construíamos una buena cabaña.

Canilia y Loli eran primos de Cristóbal (Tobalo) Yo creo que le decíamos así por las patitas canijas que tenía el bueno de Andrés, que cuando se ponía las botas de agua era aún más evidente porque le quedaban muy holgadas: ¡faltaban músculos o sobraban botas! Por aquellos años, cuando entraba el otoño, en Ceuta llovía, que es lo propio, y todos los niños teníamos unas botas de agua como parte del equipo básico. Era una gozada ponerse esas botas de goma negra, que se comían los calcetines con un apetito voraz. Cuando pasaban los chubascos, nuestras madres las retiraban para mejor ocasión; y sólo algunas permitían a sus hijos seguir usándolas con buen tiempo: a esas madres se las veía como dejadas y omisas de sus sagradas funciones. Las botas de Canilia eran de las buenas, le llegaban hasta las rodillas. Pero la mayoría de los mortales las teníamos de caña baja, sólo llegaban a media pantorrilla, de ahí que la cosa consistiera en vengarnos del privilegiado diciéndole que se metiera en un charco que sabíamos profundo, con la esperanza de que el agua desbordara el borde de las botas de Canilia y se colara dentro. Y el pobre cayó en la trampa más de una vez. ¡Qué sensación más desagradable era esa!

Recuerda Pepe Anita que en la siguiente casa vivían Paquito, Tere y Africuchi Valero, sobrinos de Talega. Y un poco más arriba estaba el gran portal de Juanlu, Afriquita y Chari Caballero Rey, que vivían encima de los garajes de Fernando, el de Benítez. En el primer descansillo de las escaleras echábamos unas interminables partidas de palé (actual Monopoly) con sus casitas, hoteles y dinero de colores. Gracias a ese juego uno aprendía que Madrid tenía calles como Atocha, Alcalá y Serrano. Creo recordar que en esa misma casa vivían un par de hermanas que se llamaban Isabel y Maruja. Maruja era una peluquera morena, muy guapetona y con mucho desparpajo, pero la peluquera del barrio fue doña Enriqueta, la dulce madre del clan Rey Alarcón. Vinieron de Nador en 1959 y se instalaron en la casa y huerta de María. Doña Enriqueta tenía de ayudantes a dos muchachas que se llamaban Beli y Cuchi, y solía peinar –entre otras muchas señoras– a doña Jovita cuando ya era mayor y no podía levantar el brazo para peinarse ella misma. Incluso la asistía en su casa cuando la anciana pionera dejó de salir a la calle.

La bici de AntoñitoII. El barrio en 1960Andresito: pesadilla de Aquilinin

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