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La música del Salón Parroquial

Los sones y los olores son evocadores de otros tiempos. Nos hacen volar a otro lugar y ver viejas imágenes con la imaginación. La música que oíamos en el Salón Parroquial de Villajovita fue por un tiempo la mejor que se había compuesto jamás. Esos sonidos nos ponían los vellos de punta. La compartimos con nuestros amigos de la primera juventud y forma parte de la memoria común que conservamos algunos mocitos de esa época. Algunos privilegiados consiguieron oírla mientras bailaban con la niña de sus sueños, otros nos conformamos con pincharla en el Tepaz a petición de esas niñas inalcanzables. Para servidor todas eran inalcanzables, para qué vamos a fanfarronear a estas alturas de la vida.

En diciembre de 1966 Los Bravos, un grupo que venía a ser la versión española de los Rollings Stones, lanzaron al mercado Black is black, un disco magnífico que llegó a ser número uno en Estados Unidos. Que eso ocurriera con un grupo de la tierra demostraba que la indómita raza española comenzaba la reconquista del imperio. Black is black sonaba en el salón y en mi casa una y otra y otra y otra y otra vez –ahora comprende uno la paciencia de esas madres abnegadas que lo oían en silencio desde la cocina–. Y no nos cansábamos de oír el gritito salvaje que lanzaba Mike Kogel (que después cantó en solitario con el nombre de Mike Kennedy) al final de la canción. Black is black era el disco que se pinchaba para enfriar el ambiente en el salón cuando las canciones lentas hacían peligrar la estética y formas correctas de bailar. El siguiente disco de Los Bravos fue un tema –La moto– más carpetovetónico, de un autor que se llamaba Manolo Díaz. El sonido de esta canción está inevitablemente ligado a la colonia Nenuco que usaba Paco Inniagaraga y al manix rojo granate que se ponía debajo de la chaqueta en lugar de camisa. El manix era un jersey finito de cuello alto y vuelto que usaba el detective de una serie de TV que se llamaba así, Manix. Todos teníamos chaqueta, pero sólo unos pocos usaban prenda tan ye–yé.

The Dabuthe’s en una actuación en el Salón Parroquial. A la batería, Paquito Inniagaraga; Guitarra solista, Milan; Guitarra rítmica, Julio; órgano, Pepito Lorente (sólo le vemos un dedito), y cantante solista, Chechita. La verdad es que no arrasamos. La foto es de Milan/1966.

Frente a Los Bravos estaban Los Brincos, la versión española de los Beatles. Yo los prefería porque eran compositores de su propia música y era una buena música… Un sorbito de champán, Borracho, Sola, A mí con esas, Lola, entre otras. De ellos salieron Juan y Junior con temas (Anduriña, Bajo el Sol, A dos niñas…) que acompañaron nuestros bailes y algunos primeros amores. Sin embargo, el mejor sonido de entonces lo hacían los Pekenikes. Eran de una claridad asombrosa, si hubieran sido americanos habrían arrasado en todo el planeta con temas como Lady Pepa, Frente a Palacio, Hilo de Seda. Eran muy buenos, pero Pepito Lorente y Paco Díaz Inniagaraga se quedaban con la boca abierta cada vez que oían a Los Relámpagos –otro grupo instrumental al estilo de los Shadows– tocar al órgano una sardana que se llamaba Noche de Relámpagos. Alucinaban con ella y Pepito la tocaba muy bien en el órgano de la iglesia cuando don Antonio, el curita joven, no le oía.

Indudablemente, la música se dividía en dos partes: Por un lado, The Beatles. Por otro, los demás

Y Los Ángeles cantaban Mañana, mañana y el tema 98.6 que le entusiasmaba a Paquito Inniagaraga. Los Sirex, además de la escoba, cantaban un tema que se llamaba Brindis, un verdadero canto a la nostalgia. Y Los Salvajes hacían versiones de San Francisco, con sus flores en el pelo, el himno hippy. Y para versiones Los Mustang (Conocí a un capitán que en su juventud vivió en el mar… cielo azul y verde mar…) Y aparecieron los Monkees un grupo artificial, americano por supuesto, promocionado y metido con calzador para roer un poco de mercado a los Beatles, que hasta hicieron una serie de TV con ellos como protagonistas. Curiosamente, cada vez que recuerdo una serie de TV de aquellos años entra en escena Rafalito Carrasco. Sí, la música es una buena evocadora de imágenes. Para Aquilinín, seguro que Un sorbito de champán representa un adiós triste. Un grupo de sus amigas del barrio se la dedicaron cuando se marchó de Villajovita. Algunas canciones, con el tiempo crecen, se llenan de sentimientos y hasta son lágrimas.

El 11 de marzo de 1967, cuando compré las Goods Vibrations de los Beach Boys en Comercial Africana, hubo una marea gigante; el mar llegó y superó la base de las murallas del Paseo de las Palmeras.

Muchos ceutíes nos asombramos esa tarde mirando el mar. Yo lo hice con ese disco entre las manos. Y recuerdo que para comprar Extiende tus brazos, de los Four Tops, saqué furtivamente de la hucha de mi hermanita Marisol los diez duros que costaba. Me gustaba tanto esa música que no pude esperar hasta ahorrar ese capital.

Pero muy pronto comprendí que el mundo de la música se dividía en dos partes: los Beatles y el resto. La música de ellos era especial, llegaba hasta el último rincón de nuestras neuronas y erizaba todos y cada uno de los pelos. Penny Lane, por ejemplo, sigue siendo una cosa tan fresca que sientes el corazón como cristal. ¿Y qué decir de All You Need Is Love? La grabaron en junio de 1967 durante el primer programa de mundovisión que se realizó en la historia. Se llamó «Our World» y cada país que participó tuvo tres minutos para promocionar sus playitas, sus monumentos o su folclore. Pero la pérfida Albión –que se decía entonces por lo de Gibraltar y por toda la historia acumulada– nos dio una lección de modernidad y visión. En sus tres minutos, los Beatles grabaron en directo una canción que gritaba al mundo: todo lo que necesitas es amor. Yo lo vi. Tenía casi quince años y me pareció un valiosísimo gesto simbólico.

Hey Jude fue bestial. Ese paroxismo final de Paul resultó totalmente novedoso y atractivo. Cuando los Beatles sacaron Hey Jude, a Jesús –un compañero del instituto que vivía por Hadú y compartía conmigo la pasión por ellos– empezó a gustarle Angeli Acosta, mi princesa inalcanzable desde que tenía nueve añitos. Pero, claro, a esas alturas de mi vida había tenido que aprender a vivir sin ella. Al bueno de Jesús le gustaba mucho, hasta el punto de venir todas las tardes al Salón Parroquial para verla; y se arrimaba a mí, con la excusa de cantarme Hey Jude y así, de paso, tener la ocasión de acercarse a Angeli que era mi amiga. Es que hay cosas que eran transparentes.

La melena de Julio.

Una noche de Julio de 1967 sonaba All You Need Is Love en mi viejo transistor. Era de madrugada y los jóvenes de Acción Católica de Villajovita estábamos acampados en Benzú. Algunos trataban de dormir, pero la mayoría andaba haciendo maldades y molestando a los durmientes. Julio Valero, primo de Chechita –que tocaba la guitarra rítmica en The Dabuthe’s– era uno de los que pretendían dormir. Julio tenía una preciosa melenita de sedosos pelos castaños claros. Julio tenía éxito con las niñas y cuidaba su melenita con dedicación. Cuando Julio caminaba se le mecía encantadoramente… así que, si había que hacerle alguna maldad, el pelo era lo suyo. Servidor no recuerda quién fue el malvado –ni Pepito Acosta, ni Pepe Anita, ni Yaye estaban; no eran de esta cuerda; así que ellos no fueron– pero alguien derramó leche condensada Las Cuatro Vacas sobre el pelo del durmiente y le hicieron creer que era el producto orgánico de la concupiscencia carnal de un fulanito. Dicen que aún hoy, cuarenta años después, lo revive con horror. ¡Lástima que el bello recuerdo de All You Need Is Love se vea mezclado con estas marranadas!

Mari Carmen López Peña, Eloisa Gomez Tusset, Alfonsito y Ana Mari Valverde, regresan de Calamocarro por la carretera. 1968. Foto cortesía de Luis H.deLoma.
Aquí se viene a bailar…Cap. VIIICap. IX
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