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La bomba de aceite

Amador Guzmán

Era pequeño de edad pero responsable y mi madre se atrevía a mandarme a hacer recados, como comprar.¡Y tendría 6 años!

No recuerdo nombres pero si dos detalles: que el aceite estaba racionado (año 1956), como el café y la azúcar, y que había un dispositivo muy mágico (hoy diríamos a lo Harry Potter) en el que se mostraba como una gran jeringuilla el aceite a despachar y dando vueltas a una manivela, salía el chorro a la botella que llevabas; esto era en una tiendecita, la primera casa subiendo la cuesta principal, enfrente de la casa de Mª Nieves Cruzado.

La otra tienda con dispositivo «raro» era una enfrente de la casa de «Gregorín» Basurco -Gregorio, la última vez que escribo el apelativo-: tenía una gran rueda, como el timón de un barco y el artilugio principal, donde supuestamente tenía que ir la brújula, iba en realidad la moledora del café. Si, era un molinillo de café, modelo para tiendas por que el de casa era uno de madera y metálica la parte moledora, que se colocaba entre los muslos… y venga a dar vueltas, escuchando el «crac-crac«, cómo se trituraban los granos de café al que se le añadía unos granos más pequeños de achicoria.

Después conocí otras tiendas, como la de Morant o la de Fernando o la droguería que había donde desembocaba las escalerillas-pasaje de la otra parada de autobús. Y la mercería o el mercadillo… ¿Y los gritos de los vendedores ambulantes? «Llevo la pescaillaaa…, hay jureleee…» Y en la carretilla o en la cesta bajo el brazo, llevaban la mercancía que pregonaban 

Que potito: parece la letra de una comparsa gaditana«)


Sí, sí, recuerdo perfectamente cómo llamaba mi atención esa bomba y el pistón que iba llenando el recipiente de aceite y aquello, efectivamente, parecía mágico…

En «Crónicas…» Milan hace referencia a este ritual que nos narra Amador, añadiendo una curiosa cita de Emilio Barranco.

Aquilino

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