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Epílogo

“Ceuta… tan lejos, tan cerca” (Carlos Bernal/2005)

Sí, aún sabiendo que no podían existir, mereció la pena buscar los Siete Lagos Subterráneos. Con esas edades uno podía permitirse el lujo de buscar entelequias. ¿Cuándo si no? Sólo cuando teníamos por delante todo el tiempo del mundo, cuando al día le faltaban horas para vivirlas, cuando ni la pereza ni el desencanto existían, sólo entonces fue posible imaginar cualquier cosa… luego dicen que llega la madurez y uno debe ejercer como adulto responsable que trata de mejorar el mundo a su alrededor; un adulto serio y apegado al diario devenir de las cosas. Es entonces cuando el teatro de la niñez, esa tramoya que nos movió, el decorado y los personajes que nos modelaron y nos señalaron el mundo, se olvidan…

…aparentemente.

Puede que la única patria verdadera del ser humano, aunque no lo sepamos, sean las calles empedradas o embarradas que cada uno pisó en la niñez; es decir, el primer paisaje que tuvimos y que perdura en la retina y en la memoria. Si fuera así no deberíamos perderla. Tal vez la única bandera defendible sea la que enarboló inocentemente la pequeña tribu que formamos en esas calles del barrio… las otras fueron añadidos posteriores, fueron aprendidas en las enciclopedias del señor Álvarez y en los tebeos de hazañas bélicas, o nos fueron explicadas con soflamas en el No–Do…

…a veces torpemente.

La razón y las grandes frases de grandes pensadores nos dicen que el tiempo nos atraviesa, que el presente es el único momento que importa, y que hay que vivirlo antes de que sea pasado [1]. Sin embargo, cada ser humano es consecuencia de multitud de instantes vividos; somos la síntesis de mil roces ocurridos en el tiempo; la conclusión de mil ideas oídas y la masa fermentada de algunos amores que nos pasaron por encima… Si es así, no deberíamos olvidar. Queramos o no, llevamos el pasado a cuestas. Y no siempre es un lastre…

…afortunadamente.

Porque ese pasado, que establece inevitablemente un acuerdo inviolable con lo venidero, que puede ser un lastre o puede no serlo, que no mueve molinos y que aparentemente sólo sirve para la nostalgia, también es la piedra que nos permite imaginar un futuro mejor. El pasado nos ayuda a comprender cualquier cosa porque nos hace sabios a fuerza de viejos. Ese pasado, incluso nos ayuda a comprender el futuro perfecto de Javier [2]:

Habré comprendido
Habrás comprendido
Habrá comprendido
Habremos comprendido
Habréis comprendido
Habrán comprendido

En Ceuta, entre la muralla merinida y el arroyo Fez, surgió un pequeño caserío…


 

[1] “…dum loquimur, fugerit invida aetas: Carpe diem, quam minimum credula postero”. (Horacio, Odas, I, 11, 7–8) Que significa: “…mientras hablamos, huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día, y no confíes lo más mínimo en el mañana”.  

 

[2] La idea del “Futuro Perfecto” es de Javier Bernal Revert. Gracias.  

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