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«Si la escuela de los maestros trataba por todos los medios de igualarnos en conocimientos y comportamientos (y a veces, hasta en forma de vestir), la otra escuela, la de la calle, nos enseñó que no es bueno estar solos. Nos enseñó precisamente a ser distintos y a forjar nuestra propia leyenda. Una leyenda contrastada y creíble que nos proporcionaba un lugar entre iguales. En la calle aprendimos que somos más cercanos a lobos que a borregos. Es decir, más parecidos a animales gregarios, que se desarrollan mejor en pequeños grupos de cooperadores, donde cada miembro ha encontrado un status, que a dóciles miembros de un rebaño. Tal vez ese fuera el meollo de la cuestión, la cuestión central, lo que había que aprender en ese momento ─más adelante la vida nos enseñaría el valor de la individualidad─, Eso fue posible porque la calle existía en los años 60 del siglo XX en otro concepto. Luego, cuando se transformó en vía pública y hubo que inventar la seguridad vial, murió su magia y la posibilidad de desarrollar en ella una relación humana espontánea libre y sin tutelas.»

«Trataremos de recuperar la pequeña parcela que es común, y esa forma de vivir que tuvimos en Villajovita los niños de los años 60 -que difiere muy poco de lo que pasaba en otros lugares de Ceuta-. Un tiempo que comenzó en la posguerra y finalizó en la modernidad. Una forma de vivir que se extinguió delante de nuestros ojos.»